La carne es uno de los alimentos de mayor aporte nutricional: contiene proteínas de alto valor biológico (o sea tienen todos los aminoácidos esenciales en cantidades suficientes para que el cuerpo pueda utilizarlas eficientemente); aporta hierro (del tipo hemo que es el que mejor se absorbe); zinc; vitaminas B6, B12, tiamina, riboflavina y vitamina A. Aunque no son todo ventajas, la carne contiene grasas saturadas; el alto consumo de este tipo de grasa se ha relacionado con un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, la mayor parte de este tipo de grasa se encuentra en la piel y los gordos de la grasa, ambas partes fáciles de eliminar antes de cocinar.
En una dieta equilibrada deberíamos tomar porciones de cien a ciento veinte gramos tres veces por semana, o lo que es lo mismo el tamaño de la palma de la mano. Lo que no debería consumirse, al menos frecuentemente, son embutidos (chorizo, salchichón, lomo…), excepto pavo que contiene muy poca grasa.
También debemos de saber que no todas las carnes son iguales; el pollo, el conejo, las codornices y el pavo son menos grasas. Y por lo tanto son las de primera elección. Seguidamente estaría el lomo de cerdo y la ternera que son carnes semigrasas y por último, las más grasas (el cordero y el resto del cerdo).
La forma de alimentar el ganado y las aves también influye en su composición nutricional; así encontramos que el pollo de corral aporta al organismo menos grasas y tiene más sabor. El pollo industrial tarda casi la mitad de días en alcanzar los dos kilos de peso. Esto es debido fundamentalmente al tipo de alimentación a la que se los somete y al espacio físico que tienen. La dieta de los de corral está basada en granos y la cría industrial en piensos compuestos.
Como ya vimos en el artículo de las proteínas, las carnes son buena fuente de aminoácidos esenciales, pero aportan muchas proteínas, por lo que no se debería abusar de su consumo.